Javier Milei no llegó al poder a pesar de ser una figura ajena a la política, sino por ser una figura ajena a la política.
La distancia con la cultura y los procedimientos de la dirigencia convencional, en vez de ser vista como un déficit, fue valorada como una virtud.
Eso indicaba, y acaso siga indicando, el tamaño del repudio de la sociedad frente a la élite.
Sin embargo, el mérito atribuido a Milei comienza a convertirse en un costo cada día más perjudicial.
La falta de pericia para administrar el poder se hace sentir en estos días en las dos operaciones más relevantes que encaró el Presidente desde que llegó a la Casa Rosada.
Una pertenece al sagrado reino de la economía.
La otra, al de la institucionalidad.
La primera es el control de una variable tan sensible como la cotización del dólar.
La segunda, el intento de cubrir las vacantes de la Corte Suprema de Justicia.
Ambas operaciones están bajo amenaza.
Pero el riesgo no se debe a que el Gobierno no puede alcanzar lo que se propone, sino a que no sabe cómo hacerlo.
O, para plantearlo con mayor precisión, a que toma caminos que lo extravían de objetivos que tiene al alcance de la mano.
El problema de las Fuerzas del Cielo no es que sean fantasiosas.
Son torpes..